lunes, 19 de marzo de 2012

El haitón





Si me viera frente al puente, en el medio o del otro lado ¿pensaría que por fin me animé a cruzar el camino pendulante?

El estrecho puente de madera cuelga de un extremo a otro del precipicio como absorbido más por el misterio, que por la gravedad. Las marañas de arbustos cubren traidoramente la puerta angosta del haitón, que prolonga los límites del despeñadero hacia las profundidades. En la mitad del camino pendulante se puede percibir una expulsión de aire tibio, como si el haitón fuese una enorme fosa nasal que deja su prueba de vida en cada exhalación.

Me pregunto por donde come o escucha este gigantesco ser. Quizá cada terremoto de la región es un estornudo suyo provocado por cada inocente que ha caído.

Cuando la brisa sopla los arbustos, nadie puede cruzar el puente, porque el haitón parece absorber con más decisión el aire que alimenta sus entrañas y la entrada expuesta, te hace pensar en todo lo que te falta por vivir. No sé cómo voy a morir, pero si es un accidente espero que sea cayendo en el haitón. Quizá sobreviva amortiguado por un moco gigante.

Mi papá decía que la tierra estaba viva y que un día, obstinada de nosotros los enanos destructores, iba a abrir su boca para devorarnos y cagarnos luego en el espacio. ¿Será el haitón un orificio en el rostro de la tierra?

A veces le grito desde el camino pendulante que no le guardo rencor por haberse tragado a mi papá. Después de todo, ese agujero no puede ser su boca... Le faltan los dientes... ¡Yo creo que es la nariz! 

Cuando la brisa sopla los arbustos sé que la tierra escuchó mis gritos, porque el haitón repite tres veces mis palabras...

A veces se estremece el suelo alrededor del camino pendulante...

¿Cómo hará esta pobre narizota para calmar la piquiña que podemos darle los enanos curiosos?

Un día seré un importante viajero y descubriré una de las orejas de la tierra. Me acercaré al agujero y le tocaré una melodía con mi flauta. Quizá mi papá me llegue a escuchar.

Me pregunto si esta enorme señora verde conoce la música. Seguro los pájaros nacen en sus orejas. Es lo más lógico, porque a veces en el camino pendulante, flota el perfume de las dalias y en otros momentos el haitón despide una fetidez tan pestilente que cierran el paso. Mi mamá dice que en esos días ha caído un animal que lleva rato pudriéndose, pero cómo puede llegar a la superficie el olor a descomposición de un muerto que está cuatrocientos noventa metros de profundidad. Eso escribió mi papá en sus diarios que medía el haitón.

¿Quién se habría atrevido a medir la profundidad del agujero?

Apenas él, era el único del pueblo que se sumergía en cuerdas a revisar sus entrañas intentando localizar objetos perdidos y atascados cerca de la entrada.

Nadie juega en el camino pendulante... Y yo sé que mi mamá me mataría si me encuentra sentado en la mitad del puente, pero si quiero encontrar las orejas de la tierra para hablar con mi papá debo enfrentar esta única pista que tengo de su rostro. Quizá él puede verme aquí desde allá abajo.

¿Habrá notado que he crecido? Seguro se dio cuenta de que ahora puedo estar al frente, en el medio o del otro lado del camino pendulante.


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